sábado, 2 de abril de 2011

Capítulo 12

La moto desprendía calor por todos lados. Había forzado el motor para llegar pronto a aquella playa, nuestros campos de fresas, el lugar donde nada es lo que parece.
Aparqué y bueno... hacía calor, empezaba a anochecer, y allí no había nadie. Llamé a Elena, ojalá me coja -llamando Hei Lei...- parpadeaba la pantalla del móvil y yo, nerviosísima y sin entender por qué. Quizá porque estaba a punto de empezar algo muy muy grande. Porque eso no lo iba a olvidar en la vida... Al fin me llamó la fotógrafa madrileña, estaba escuchando música a todo volumen en su Cadillac, hasta tenía la voz un poco ronca, pero esta chica no cantaba cualquier música, no. Ya sabéis de lo que hablo.
Me tumbé cerca de la playa. Encendí un peta. Olía a mar. Sonaba a mar. No, no sólo sonaba a mar, sonaba el ronroneo de un motor. Un Cadillac se acercaba, en el instante supe quién era.
¡HEI LEI! Con ella empezaba todo. Con una soñadora madrileña que llevaba una cámara al cuello, una artista también y un coche de que no podía apartar los ojos.
Fuimos al encuentro del resto intentando contarnos cosas a voces por entre los rugidos de los motores, su coche y mi moto, que qué tal el viaje, cómo nos iban las cosas... pero se nos notaba en la cara que lo más importante era estar allí. Sonriendo como tontas mientras nos acercábamos a un sueño.
Nos encontramos a Sara la primera, la chica del glam rock, la que se iría a vivir los 60 sin dudarlo. y yo me iría con ella sin dudarlo tampoco.
Llegó Lara, con ese aire tan suyo, bloc y lápiz en mano, tiomando esbozos y escribiendo. Esa chica de los ojos verdes es poeta. En dos líneas puede superar incluso a las letras de Dylan. La alumna superará al maestro, lo presiento.
Rocío ya estaba allí, esa chica me transmite tanta paz, si todos fueran como ella, el mundo cambiaría, ella cumpliría el sueño de George Harrison -"love one another"- y, bueno, sé que si ella tuviera la oportunidad de ver a los Beatles lo apreciaría más que ninguna otra persona, mucho más que yo. Porque lo que siente esta chica está muy dentro y no todo el mundo es capaz de ser así y eso el lo que le hace tener un corazón tan grande.


Hablando de cualquier cosa, incluso comparando acentos, música, planes, paz y revoluciones. ¿No es increíble que personas de sitios y vidas tan distintas compartan tanto?


Sacamos las guitarras, las cámaras, yo les enseñé el caleidoscopio y les presenté a Lucy, mi mejor amiga de seis cuerdas, quería que entendieran la psicodelia, el interior de mi cabeza...  Algo genial.


Pero faltaba alguien, alguien a quien vimos acercarse con mil cachivaches a la espalda y su Gibson. Nos levantamos, fuimos corriendo hacia ella... era Mika, que al principio sólo tenía ojos para Elena y se arrojó a darle un abrazo riéndose a carcajadas, se la veía realmente feliz. Después ya tuvimos tiempo para hablar. De Joaquín, de los Rolling Stones, de nuestras tonterías y tonteos... bueno, de todo.


Estábamos todas, tiradas en una playa perdida, con los ojos brillantes y la sonrisa que no se nos iba de los labios. Hablando y sacando de unas cuerdas canciones de otros tiempos, de aquellos tiempos. Ojalá eso durara siempre. Ojalá todos pudieran sentir aquello, porque la revolución empezaría. Acababa de comenzar en aquella playa, con seis chicas y el mar. Porque ellas eran libres, y el mundo podía explotar, porque teníamos alas. O así me sentía yo.
Eché una ojeada al cuaderno de Lara y leí: libertad.
Y lo grité enseguida. Tan fuerte que durante ese instante no me oí pensar. Se lo grité a un horizonte naranja, mientras desaparecía el útimo rayo de sol. Estaba viva.


L.S.D.
Silvia

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